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Viernes, 25 de diciembre de 1942 Continuación del interesante Relato del Padre Heredia La Virgen Morena * ar, Que próximamente se exhibirá en el TEATRO REX atención que le prestaba Zumárraga, el indito continuó—-: Estaba viendo hacia el Oriente de donde procedía el preci- so canto y así que se hizo el silencio, oí que me llamaban arriba del cerrito: “Juanito, hijo mío'” No me sobresalté un punto, sino que muy contento fuí subiendo. Cuando lle- gué a la cumbre, ví una señora que estaba de pie y me dijo que me acercara. Me maravillé mucho de su soberana gran deza. Su vesitudra radiaba como el sol. Entonces ella me dijo ... — Los ojos de Juan Diego mostraban su emoción intensisima—“Sabe y ten entendido, tú, el más pequeño de mis hijos, q” soy la siempre Virgen Santa María madre del verdadero Dios por quien se vive. ()ue deseo se me erija un templo aquí para en él mostrar y dar todo mi amor y auxilio a los' moradores de esta tierra”.— Luego me indicó que viniera a verte y te dijera cómo ella me enviaba y cuál era su deseo. Vine ayer—y el brillo de los ojos de Juan Die- go se diluyó en una triste expresión-—pero como no hiciste aprecio de mis palabras regresé triste a mi casa. Y al pasar por el cerrito, me volví a encontrar con la Señora. Le di- je: Manda un prificipal servidor tuyo, q' sea oído y respetado, porque yo soy gente menuda”. Y entonces—terminó—ella me dijo que era su voluntad que yo fuera y me ordenó con rigor que viniera a verte de nuevo. ' . El Obispo Zumárraga quedó ceñudo, meditando el ex- traño caso. Al fin, se dirigió a Juan Diego con dulzura: —Hijo, mío. omprende que no sólo por tu solicitud ha de hacerse lo que pides. Es necesario qu trigas una prueba que muestre tu verdad. —Señor, dime cuál es la que pides—reclamó con Apo: mo Juan Diego—y yo la solicitaré de la Señora del Cielo. —Dile que la que quiera dar. Ve con Dios, hijo mio. Y 'alándose, el Obispo Zumárraga, dió por terminada la audiéñcia, mientras tendía la mano a Juan Diego, que be só reverente el anillo pastoral y salió afuera, con su, breve y rápido trotecillo. El prelado le siguió con la mirada con ex presión pensativa. A poco, penetró en la estancia Fray Pe- dro de Gante: —Afuera aguarda quien ha de llevar vuestro mensaje al Emperador: —Aún no lo termino—indicó Zumárraga—.Me inte- rrumpió el indito Juan Diego que insiste en la aparición de la Santísima Virgen y con tanta fe que inclino a creerle. Ese mensaje ¿es de vuestra confianza? —Como si fuera yo mismo, Ilustrísima. —Porque debo advertiros que solicito en esté mensaje la salida del territorio del capitán Delgadillo, contrariando la voluntad del Virrey. HI En el palacio de Temoc reinaba la más obsoluta con fusión. Los ayes de los heridos se entremezclaban con los exclamaciones de los indios que llegaban en tropel, pidiendo amparo, en huída franca ante el empuje de las fuerzas es- pañolas. Temoc creyó llegado el momento de intentar una resis tencia algo más organizada. Dirigiéndose a sus guerreros más allegados, llamó: —Atzim, ve a avisar al señor de Tacuba que estamos peleando contra los blancos. Tú, Amoc, ve con tus hombres y guarda la entrada de la cañada—. Y llamando a un ter- ¿An Extla. ordena que destruyan el puente sobre el río mientras aquí se. guarda la puerta principal hasta el último instante. Fué entonces cuando un guerrero entró y se postró de $8, T" BISEMANARIO POPULAR INDEPENDIENTE Página9. 15) Temoc calló un instante, apesarado. Después, con plena conciencia del momento, declaró: ” —Hermosa señora; pronto dejarás de ser prisionera de Temoc. Los blancos están a las puertas de mi palacio y es inútil resistir. Te devuelvo la liberrtad—. Y agrergó emo- cianado—: Cuando sé que no he de verte más, puedo decir que ahora mi corazón es cautivo de Doña Blanca. —Pero . . Temoc .. . —dijo agitada la hija del virrey . Si están ya ahí, tu vida corre peligro ¡Huye! Temoc procuró resistir aquella invitación salvadora: —Mi deber... —Tu deber es vivir para defender tus súbditos. Tu “imperio no es sólo este palacio, sino todo el pueblo. Ixtla. el noble primo de Temoc, sentía idéntico deseo. Se acercó a Xóchitl, que oraba ante la diosa Tonitzin y su- girió: ¡Gran sacerdotisa de Tenotzin! ¡Despídete de tus dioses si no intentas salvar a Temoc! ¡Aconséjale que huya! - Xóchitl quedó mirando a Ixtla que, con los brazos en alto miraba fijamente a la diosa mientras las lágrimas ro- daban por sus mejillas. Se alzó en silencio en la muñeca de Blanca un bello brazalete diciendo: —Señora, fué del Emperador Moctezuma. Consérvalo como el último recuerdo de Temoc. —Lo conservaré toda mi vida—replicó Blanca con voz temblorosa—. Pero no será tu último recuerdo. Has de sal- varte. Sal del palacio y yo te seguiré dondequiera que va- yas. Aquellas palabras estremecieron vivamente al joven monarca. Antes de que pudiera dar réplica adecuada a ta- maño ofrecimiento, Xóchitl se acercó pálida y servera: —Señor .. He hablado con los dioses y ordenan por mi conducto que salves tu vida. Un rumor agitado junto a la puerta cortó las palabras de la sacerdotisa. Un numeroso grupo de guerreros apare- ció junto a la puerta batiéndose desesperadamente. Entre ellos apareció el primer jinete de los soldados blancos: Xóchitl, agitadísima, puso una mano en el brazo de Temoc. Dudó un solo momento Temoc. Después, rodeando con sus brazos a Blanca, salió por una puertecilla tras el trono sin mirar a Xóchitl. Esta quedó abatida unos instantes. Des pués reaccionó y quedó erguida, con una llamarada de odio en los ojos, esperando la llegada del enemigo. + Siguió una escena de confusión tremenda. Los guerre- ros españoles habían llegado ya hasta el propio salón del trono y se luchaba ya entre los propios heridos, furiosa, te- nazmente. El capitán Delgadillo, a caballo, blandiendo su espada, combatía contra un grupo de guerreros tigres em- peñados en la captura del capitán español. Sin dejar de dar .cintarazos a derecha e izquierda, bien aferrado a su mon- tura, el capitán ordenó a sus hombres: —¡Que no escape Temoc! ¡Cogedle' vivo o muerto! Pero junto al trono y bajo un ídolo sólo quedaba Xó- ¡chitl. Un soldado se acercó con ánimo de derribar al dios pagano. Xóchitl se abrazó a la-piedra con todas sus esfuer- zas. —¡Apártate, bruja! —ordenó el soldado. Xóchitl sonrió despectiva y continuó protegiendo con su cuerpo la figura del dios. Entonces el soldado atravesó de un lanzazo el pecho de la sacerdotista al tiempo que, con un tremendo esfuerzo hacía rodar por tierra, en pedazos, al ídolo azteca. El número de bajas indias iba en aumento. Delgadillo, libre- ya de quienes le asediaban y que ahora yacían por el suelo, saltó de su caballo y avanzó hacia donde Ixtla, vale- roso y tenaz acababa de derribar a un soldado blaco. —¡El capitán Delgadillo! —gritó Ixtla al reparar en quién se le acercaba. El capitán sólo puso sus ojos en el gran collar que pen- dia: de los hombres de Ixtla, donde rebrillaba la enorrme es meralda de Moctezuma. Con un error muy explicable, ex- clamó: —;¡Temoc!—Y se abalanzó hacia quien creía el Empe- rador dispuesto a cumplir la promesa que hiciera al Virrey. La lucha fué larrga. Peo, finalmente, Degadillo hirió de aquel que supusiera Temoc y le arroncó el collar con un brusco movimiento. Se irguió triunfante seguro de haber terminado la rebelión: —¡Al fin! dijo satisfecho. Nuevamente ascendía el | Diego el Cerro del Tepeyac. Desoxjentado un tanto, se de- tenía en su trotecillo de vez en vez, buscando el lugar ex- acto en que previamente se apreciera la Virgen. De repen- te vióse envuelto en aquella ya había oído. Cayó de hinojos y esperó un instante hasta a' sus ojos se iluminaron de nuevo con la aparición milagro sa. Entonces habló con aquella su simplicidad humilde: —Niña mía muy querida, mi Reina y Señora' Hice lo que me mandaste y fuí al palacio del Obispo, y le dí tu men | saje. Y después de varias pre; hizo, me dijo que no era bastante mi relación para dar co- mo cierto un negocio tan grave y que te pidiese, Señora, una señal por la que conpciese que me enviabas tú. La suave voz de aquella divina Señora, se dejó oír entonces —uiero lleves al Obispo la señal q' te ha pedido. Con ella te creerá y no dudará. Y sábete, hijo mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has tenido. Vete ahora, que mañana aquí te aguardo. La brillante luz retiróse, dejando nuevo paso a las tinie blas de la noche. Juan Diego, se alzó y emprendió el regreso a su jacal cercano. Lucía, ayudada por dos amigas, atendía en el jacal de Bernardino al desgraciado anciano herido por Tempc. In- quieta por la prolongada ausencia de Juan Diego y acongo- jada por aquella agonia atroz fin de sus fuerzas. La voz del botante cuando se dirigió a las mujeres: —Hijas mias—siento que Dos Mi Muertos En Un Barco Hundido TERROIFICAS ESCENAS EN LA GRAN TRAGEDIA infatigable y obediente Juan misma deliciosa música que EN UN PUERTO DE LA COSTA ORIENTAL, dic. 22. —Los supervivientes del tor- ¡pedamiento de un transpor- ” te inglés, que costó dos mil vidas aproximadamente, des- cribieron hoy el horror de las escenas que vivieron cuando los prisioneros italianos, pre- sas de un pánico indescripti- ble, perecían ahogados en gran número, en medio de los gritos de espanto lanzados por los infelices devorados pro los tiblrones y las barra . cndas en medio de la noche. guntas y repreguntas que me con la cabeza aún inclinada, de su tio, Lucía se hallaba al| El barco, que conducía mil viejo era como un susrro bor-!ochocientos prisioneros ita- lianos y unos mil quinientos voy a morir y, antes de dejar [súbditos ingleses incluyendo este mundo, quiero darles mi último consejo. ¡No abando-|cincuenta, mujeres y niños, - nen nunca nuestra religión! —suplicó con un resto de ener- [fue atacado frente a la costa gía el moribundo—. Yo muero por haber tenido fe y haber- la propagado entre mis hermanos y perdono a Temoc de todo corazón. . —Y como en indios vecinos habló hacia ellos—-: y no ha podido ver la luz, como nosotros. Sólo muerte no avive el odio contra aquellos de los nuestros que se han convertido a la fe de Cristo. Calló agotado el anciano deaba. Lucía se levantó y se a la puerta: —Pero, asomate al camino a ver si viene Juan Diego— rogó. Mientras el amigo obedecía en silencio, Lucía quedó mirando ávida hacia la senda. Tardaron en llegar Juan hacia su esposo: —¿Por qué te dilataste tanto, Juan Diego? Tío Bernar- dino está muy grave. Occidental africana por cin- co submarinos alemanes y uno italiano. Muchos super- vivientes arribaron a este' puerto. traran entonces un grupo de Temoc so equivocado leseo que mi Los submarinos, saliendo a la superfice después del ata- que, salvaron a varios náufra * gos y atendieron a varias de las mujeres (se dió el caso de . que el Comandante de un sub marino cediera a una”de ellas unas pantaletas y le ofrecie- ra un ramo de no-me-olvi das) figurando entre los res- catados unos trescientos ita lianos. mientras su pecho herido ja- dirigió al indio más próximo Diego y Pedro. Lucia corrió —¿Qué le ha sucedido?—inquirió con asombro Juan Diego. —Temoc vino y le hirió—refirió conmovida Lucía. Juan Digo, despertado tan bruscamente de sus ensue- ños celestiales, corrió hacia d no. Este entreabrió los ojos ya turbios y dejó oír su voz en- trecortada: —¿Eres tú, Juan Diego? —¿Vino ya el currandero?—preguntó Juan Diego, angus- tiado, a Lucía. Esta le indicó con un gesto a un hombre que se hallaba en cuchillas en el centro del jacalito. Juan Diego, temoroso de hablar en presencia del moribundo, interrogó con el gesto al curandero. Est: en sentido negativo con rostro apesadumbrado. No había esperanza. Juan Diego bajó los ojos hacia el rostro ya casi cadavérico de su tío: —Tenga fe, tío—aconsejó al herido—. La Divina Pro- videncia ha de salvarle. Otros supervivientes dicen que como mil quinientos de los muertos. eran italianos y que los comandantes de los submarinos sabían, que a bordo del barrco había nacio nales de la nación aliada su-. ya y no le dieron importan- cia al hecho porque uno de ellos dijo: “Si media Italia hubiera estado en el barco, hubiéramos disparado contra él de todos modos”. Por un capricho del destino los dos torpedos que hirieron de londe yacía postrado el ancia- ¡Gracias a Dios que llegaste! e se limitó a mover la cabeza —Es mi única espranza—susrró Bernardino—,pero quie | Muerte a la embarcación es- ro estar dispuesto a la hora de mi muerte .Mañana apenas | tallaron del lado en el que Continuará en nuestro próximo número Ad JOHN W. LEWIS NOTARIO PUBLICO 32 al N. de la Ave. Ira. muerte con su espada al guerrero azteca. Se inclinó sobre | Compra y venta de propie- | dad Se habla correcto español LALALA rodillas ante Temoc. Sus palabras eran tan terribles como definitivas: —Noble señor, los blancos están rodeando el palacio—. Después se alzó caminando hacia atrás, en actitud reveren- te y temerosa. Temoc quedó en suspenso ante la gravedad de la situa- ción. Luego, acercándose a su primo Ixtla, quitóse el collar que adornaba su pecho y lo puso sobre el cruello de su pa- riente: —Mi noble y valiente primo—dijo solemne—, por tu sangre eres mi sucesor. Si muero o caigo prisionero, tú se- rás el Emperador y seguirás la tradición de nuestros ante- pasados. ¡Te entregó la esmeralda de Moctezuma! Ixtla aceptó la herencia con gesto digno mientras Te- moc se apartaba del trono y se acercaba a los heridos que yacían en el suelo. Junto a uno de los guerreros se detuvo contemplando una ancha herida que destrozaba su pecho: —Suíres ¡y no te quejas! —comentó admirado. — Tampoco tu padre se quejó en el tormento—fué la respuesta de aquel hombre, en la que parecía envolverse un reproche. El emperador se acercó a Blanca que continuaba in- fatigable su tarea de vender y cuidar a los heridos. —Señora . . descansa un momento. Debes estar agota da. —Nunca creí que tanta bondad se albergara en el co- razón de un blanco—comentó Temoc, contemplándola. —No juzguéis a los míos por Sn Blanca. Phoenix Hat Mfg. Co. 24 N. 2nd. St. Ph: 4-4820 La mejor sombrería de hombre en la ciudad ENERO RARA LEA L SOL RA SI SI HOTEL PARIS 226 E. 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