El Sol Newspaper, December 15, 1950, Page 4

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El sitio no era por cierto el más a propósito para visitarle a media noche. * : Se hallaba en el fondo de un precipicio! Multitud de: chopos y espinos crécian ante las agrie- tadas rocas. * S Un monte en forma, de herra: dura cerrába el paso al extremo del barranco, los dos trozos late- seshecie doe. anfí- Aquella” naturaleza Salvaje, castigada desde la creatión: del mundo por los eternos rayos de un sol de fuego, no había podi. do ver alzarse entre sus calci- nadas rocas ni un sólo árbol que prestara su sombra a los viaje- ros y ue purificaraq el ambien- te cálido con el cimbreo de sus ramas. Bien es verdad que la planta del hombre hollaba muy. pocas veces áqel rincón maldito, eter- na madriguera de las bestias fe- El caballero misterioso dos- pués de atar su corcel en las ás. peras ramas de un espino, se quedó inmóvil, como si le.im- portara reconocer el terreno, Persuadido después de algu - nos momentos que era aquel el - sitio que buscaba, comenzó a trepar+por la empinada pendien te que se alzaba ante su paso cerrando el barranco. Los primeros cincuenta pagos los dió sin dificultad alguna; pero luego se vió precisado a ser virse de las manos para no caer- se. De vez en cuando suspendía sÑ penosa ascensión para tomar aliento. E El sudor caía hilo a hilo por su frente, y algunas gotas de sangre manchaban las peque- fas y blancas manos del noctur no caballero; pero ni un suspiro de cansncio, ni un grito de dolor se escapaba de sus labios cuan- do al agarrarse a alguna roca un espino le hería las manos. Por tan penosa senda adelan- taba poco, porque precipitarse o querer saltar la distancia con paso ligero, hubiera sido despe- ñarse indudablemenet. El hombré que por tal cami- no viajaba y a tales horas de la noche, debía ser uno de esos hombres «de corazón a los que no les arredra jamás ni las fa- tigas ni. los peligros, por gran- des que-se levanten ante su pa- so. Y sin embargo, en uno de esos a ART gasas de las nubes, mandaba u-| —;¡¡Piscii!!... Enrtmecerse no no de sus, ciaros y argeniados|es tener :¡1.euo; me creía: solo, rayos sobre la obscura sombra y me ha hecho tu mano al ocar- de la tierro, pudo verse que el me el brazo, el efecio de una ví- "nocturno viajero era un joven de bora¿ el león se agita también rostro dulce y delicado, sin bozo cuando una hormiga,le toca los en el labio, sin dureza en la mi-'párpados. “EL SOL”, SEMANAKIO POPULAR INDEPENDIENTE —AaSbemos, le dijo unó de los eternamente mientras el águi- hombres de la cueva, los peii-¡la de los impíos exiienda sus a- ¡Bros que te rodean, y te dispen-|las sobre la casa de Dios, dijo samo de todo corazón el retraso | Matías. de algunas horas. —El águila se rompe y los im- —Yo os doy las gracias. píos se exterminan, dijo Dimas. —sí pueda un día dártelas a! —No olvides que el pueblo de [cuando se detuvo, viendo un ar '¿- Reconoció por segunda vez el ¡terserio, y como si aquella hu- bre una piedra, y sacando cortos intervalos en que la lu- na, rompiendo lás transparentes rada, casi un niño, rubio y blan'¡ co como una doncella del tem- | plo de Sión. . h Sobre la miad del monte se hallaría de su subida peligrosa, vusto'arrancado de ¿as entre- a- bieftas rocas que se dieron el ses, "cedió al colocar él la mano. "biera sido una señal, sentóse so- I un; pequeño cañón de metal de en-| tre los «pliegues de su vesido, «se lo acercó a la boca y se puso a tocar un aire hebreo muy en bo- ga en aquellos tiempos, sobre todo en la popular y tradicional fiesta de los ázimos. s Inmediatamente un ruiseñor cantó a pocos pasos del caba!le- ro, y éste se puso en pie, y co- mo si lo evicara la tierra, un hombre se alzó de entre las ma- tas. El jinete, al ver levantarse u- na sombra a su lado, empuñó como vía de precaución la espa da que pendía de su tahali. —El águila tiene alas, dijo ei hombre acercándose al caballe- —Y' Abraham venablos, le. contestó éste como si fuera una señal convenida. —Israel quiere la salud, vol- vió a decir el hombre. —Porque está enfermo el que la quita, respondió el caballero. —Ayúdame, repitió ,el hom- bre, —Comienza tú, dijo el caba- Mero. Entonces el hombre dió algu- nos pasos y se agachó, cogiendo con sus robustos brazos una ro- ca. El caballero hizo lo miso. Poco después la boca «ai gruta se halló abiera anta ellos. —Entra dijo el hombre; tú só: | lo faltas. —Más vale así, volvió a decir la voz; creía que ten había asus tado. Ñ , —tú juzgarás andando el: tiempo. —Gente dura es la que albe:- ga en este sitio, , La dureza no tiene que ver na- da con el valor; guía y calla, e- se es tú deber. El hombre invsiible cerró los labios y continuó guiando al ca. balicro. Esta marcha subterránea du- ró aproximadamente un cuarto de hora. Por fín se detuvieron, y el mis- terois guía empujó con su hom- bro el ángulo de una roca que giró como si estuviera montada sobre un eje. —Entra le dijo al caballero. Este entró en una espaciosa cueva alumbrada por- una in- mensa lámpara de hierro de 3 mecheros. ¿ La piqueta dirigida por la ma no del hombre no havia entra- do en el ahuecamiento de aque ¡lla montaña, si se execeptúa la puerta giratoria de enetrada. Aquel subterráneo de altas y arqueadas bóvedas que. alum- braban las oscilantes llamas de la lámpara era uno de esos si- los, una de esas cuevas que con tanta frecuencia se hallaban: en los montes de Israel, y que tan- tas veces han servido de refu- gi0, durante las contiendas civi.- les y ¡el giosas del pueblo he- es, a .03 bandidos, a los hom- bres libres, a log apóstoles de la nueva ley, y últimamente oz couzados, y a los peregrinos cristianos. Cuando entró el caballero en la espociosa gruta, se detuvo; al principio nada vió; pero poco a una Pozo sus ojos, recorriendo los le! janos ámbitos donde no llega- ti el pueblo hebreo. —Su feiicidad será la mía si lelgo agobernarle, —Siéntate entre nosotros, pues noyotios te admitimos como a un hermano que viene a derra- mar su sangre en aras de la li- | bertad de su patria. Nuestros dectores habrán sin duda reconócido en el nociurm ¡caballero a ntipátro, el fugitive de Herodes. El joven príncipe sabía que ¡su cabeza se hallaba puesta ¿ ¡precio por su padre, y procurabz salvarla del peligro que le ame nazaba bubscando en las cuevá: de Judá a los rebeldes y encar nizados enemigos de su perse guidor. Antipatro, pues, tomó asien- to entre aquellos misteriosos re volucionarios. Digno hijo del rey de Jerusa- lén, buscaba una corona sin im- portarle pasar por encima del cuerpo de su padre con tal de iconseguirla, porque Antipatro no desmentía la raza de Herodes. Tenía la misma sangre, sus mismos instintos, su misma fe- “ocidad. Pero cambiemos de capiuio Bara continuar nuestra narra- ción, CAPITULO 1 La CONJURACION Hemos dicho que eran cuatro los hombres que se hallaban en . la cueva esperando a Antipatro, el hijo de Herodes, y diremos ES nombres para que el lector ¡no -se. confunda. Tres de ellos son desconocidos, y pasarán por las páginas de este libro rápidos como una ex- halación; el otro es conocitio, nos acompañará hasta la cum- bre del Calvario. Los nombres de los desconoci- lados son: Judas, Sedoc y Matías; ¡ban los reflejos de la luz pudie-'los tres son doctores de la ley y Iron distinguir un grupo de hom enemigos irreconciables de los El caballero entró sin desple- bres que sentados en el suelo, romanos; el otro es el joven ban gar los labios en aquel abismo que se abría ante sus pies; pero la obscuridad era tan completa,; que se detuvo sin atreverse a dar un paso. De esta indecisión le sacó una mano que en la obscuridad lej¡ cogió por un brazo y comenzó a conducirlo en aquel negro. e intrincado laberinto. El Caballero no pudo disimu- departían en voz baja. El viajero avanzó algunos pa- sos; y al ruido de sus pisadas los mo-adores de la gruta volvie ron la cabeza. : —Ez3 el, dijo uno a sus cur” pañeros; y todos se pusieron en pie. —Caudillos de Israel, emp"ezo| por pediros perdón por 'mi tar- danza, dijo el caballero saludun- lar un estremecimiento nervio-|do con una: inclinación de cahe- so que -el contacto de aquella mano invisible le produjo. —¿Tienes miedo? Preguntó nu. na voz. za; el hombre que como yo es perseguido por los perros de He- rodes no dispone de ¡las horas, sino d la casualidad. pee and again we hear people say: “Sure, P'd like t0 have a checking account. 1 know it saves time and trouble... 1 know it's thesafe, easy, business-like way to pay bilis. But l've always thought I couldn't afford it!” If you, too, have felt this way, let's look at the facts. How many checks would you use a month? Four? Six? Eight? If so, your total cost — with a Special Checking Account — would be 40c, 60c, or 80c respectively. 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Su padre le profetizó a !íero- des, cuando era niño, que sería rey. de Jerusalén, y esta profe- cía, que se realizó, había queda- do en la familia como heredita- ¡ria, y todos eran adivinos. Josefo nos. dice que Herodes, protegía a los asesinos, y la ex- *plicación que de ellos nos da es ¡tan curiosa, que nos permitirá el RIEESOS que la consignemos. ¡ “Un asesino. llamado Mana- ¡hem, vió a Herodes estudiar en lá escuela con otros niños de su edad, y le vaticinó que llegaría a reinar algún día sobre los ju- díos; y como el joven estudiante titubease en creerlo, Manahem dándole un golpecito en el hom- tica, le trazó los deberes de un gran rey, y al mismo tiempo le anunció que su, impiedad para con Dios y su injusticia para con los hombres mancillaría la pros iperidad y la grandeza de su im perio. Cuando Herodes fué rey, se acordé de «la+ predicción del 'asesino, y le. envió a llamar: pa- ra preguntarle si reinaría por lo menos diez años. “Reinarás 20, treinta,”, «respondió '* Manahem; y el nuevo.-soberano de los ju - díos despachó a su. profeta con grandes honores, y desde enton ces se mostró siempre muy fa- vorable a la comunidad asesina” Sedoc era el hijo de Manahem y la fama de su padre había juedado hereditarai en él, ! | Judas y Matías tenían grande! influencia entre sus discipulos, mos con la gente que contaba y la fidelidad y respeto que por su valor le tenían sus soldados. Enterados de quieen eran los personajes de la cueva, prosi- gamos la narración. a Sedoc, el asesino, como el más anciano, fué el primero que rom pió el silencio. | —Mancebo, tú que vendrás de la ciudad santa, dinos qué pasa en ella. —Jerusalén llora como siem- ¡pre, respondi óAntipatro, las hi- las de los impíos extiensalte:vH. ¡jas de Israel han roto sus salte- irios y han colgado sus arpas del que redujo a diez capítulos el Israel teme a as legiones del Cé sar, repuso Sedoc. , —Pero etned presente que el rey tributario se halla en las últimas horas de su vida, dijo nAtipatro, que otro rey debe re- emplazarle en cuanto expire, y que yo sé respetar las leyes de Moisés y venerar el templo de Jehová Dios invisible y verdade ro. Los buenos tiempos de Josué, David y Salomón, aun pueden tornar par alos descendientes de Jacob, si un rey justo empuña el cetro de Judá; yo vengo a o- freceros mi sangre y mis parcia- les para la empresa: decid, pues si me admitís como amigo. —Piensaá joven, que si Israel desnuda cu acero será la prime- ra víctima tu padre, le dijo Se- Joc con voz imponente. —Mi padre debe haber expi- rado. a estas horas; pero cn el caso que viva el día l ela Lata- lla, ¿por ventura no ha sacrifica do a mi madre, a mis nermanos? ¿No me persigue con el intento ¡de sacrificarme a,mí? Pues en- ¡tonces, calle la voz de la natu- raleza y hable el odio que bus- ca en la lucha; ojor por ojo, dien te por diente, como ha dicho e: legislador de Israel, el sabio Moisés. —Hermanos, ¿aceptáis la fra ternidad de este joven? les pre- ¡guntó- Sedoc después de una pausa. —Que jure sobre las leyes d: Israel, dijo Matías, —Sí, que jure, repitieron Di mas -y Judas. >: —Sea, murmuró el asesino, > levantándose se encaminó a un: ¡de los extremos de la cueva de ¡donde volvió al momento zon e volumen de la Ley en la mano. “Este volumen no era un libro eran dos cilindros de madera. Sedoc sentóse por segunda ve: entre sus oompañeras, Y Matías bajó la lámpara d modo aue la “ama bañana con sus rayos l: frente del anciano. Entonces el asesino, cogiendo los cilindros por los pequeño: manubrios de su parte posterior los levantó sobre su cabeza y Co menzó a hacer girar sus ruedas de modo que el pergamino o pa- piro donde estaban escritas las leyes de Moisés fuera saliendo de un cilindro, y después de ro- idar por su frente iban a escon- derse en el otro cilindro. Esta .operación se. hizo:con la pausa suficiente para que Ma- tías leyera log versículos he- breos de la ley con voz grave y páusada. —Estas son, dijo SeGoc, principales leyes de los hebreos las Sñor Dios Nuestro, y que escri- tas estan en los Tablas del Pro- feta Moisés. “Hay un capítulo pa ra cad dedo de la mano: no lo olvides, rodéalos a tu: memoria y escríbelos en las tables de tu necho. Matías comenzó a' leer las sa- hias leyes esparcidas por el sa- vio legislador del Sinaí en el “Exodo” y.el Levítico”.. Antipatro, sin alzar los ojos del suelo. murmuraba con impe- rativo fervor un “amén” a cada terminación del versículo. Sedoc, imipasibie '- hacta girar el cilindro, y Judas y.Dimas, in- móviles como si fueran dos es- tatuas de piedra, sólo agitaban sus labios para decir un “así sea” atn luego comio 21 «eco de la última letra del “amén” de Antipatro se perdía en las con- cavidades de la cueva. Esta ceremonia duraba poco más de una hora, y por fin, el cilindro dejó de girar sobre la frente de Sedoc; la lectura, de la ley de Moisés se -había -termina do, y Antipatto “colocando una mano sobre el volumen que le presentaba el anciaho y otra so bre su corazón; juró no faltar mientras yiviera, a aquellos diez capítulos dictados por Je- hová. Entonces los cuatro israelitas se levantaron y, colocando sus manos sobre Ta cabeza del joven príncipe, gxclamaron: —Ya éres nuestro hermano... tu. carne.eg nuestra carne, como la nuestra es tuya; y tu sangre nos será: preciada desde este día como la que cricula por nues- tras venas.* pas —Apedreada sea como los blas femos, dévorado por los perros ¡tronco..de las palmeras. —Lós jerosolimitanos llorarán se.vea mi, cuerpo. como-los répro los, sn-Tuz queden mis ojos, sin Viernes 15 de Diciembre de 1950. L armonía mis oídos y sin pala- bras mi lengua, si falto a estas leyes de mi Dios que he visto he oído y he ensalzado; volvió ¿ murmurar Antipatro. —¡Amén!... v.olvieron a deci. los cuatro compañeros. Y después de esto hubo un: pausa. Y"durante esta pausa los cin- co conspiradores rezaron en voz baja para que Dios hiciera san- to aquel lazo fraternal que en pro de la libertad y de la patria acababan de estrechar. —Ahora, dijo el asesino, cad: cual revele a sus hermanos con lo que cuenta para el día del al zamiento: y diriigéndose a An- tipatro, le dijo: habla tú prime ro que eres el más ojven. —Yo cuento con mi bolsa. bas tante repleta de monedas de oro con este dinero y mi calidad de príncipe, crea reunir algunos parciales en las orillas del Jor- dán que arriesguen su vida a mi voz por la libertad del pue- blo hebreo, —Yo, dijo Dimas, estare a don de me designéis con mis terri- bles compañeros samaritanos, dispuestosa morir a vuestra voz. —Por mi parte ofrezco, dijo a su vez Matías, los cuarenta dis- cípulos que reciben en Jerusa- lén mi inspiración, Gente joven y atrevida, hará lo que yo le ¿mande en «el momento del peli gro; su Dios y su libertad les lle vará al combate con la espad: en la diestra, la sonrisa en lo: labios, y la fe en el corazón. - —Yo también, replicó Judas ofrezco como Matías mis discí- pulos, y respondo : con mi cabe- za por su valor y patriotismo. —Yo, por mi parte enxvitarí los ánimos del pueblo jerosoli- mitano; y cuando otra cosa nc pueda este pobre enciano, derra mará hasta la última gota de su sangre por su Dios y por su pé ria. Ahora sólo falta señalar e día, la hora y el sitio en que = Jebe dar el grito de libertad. —Tú eres como el más ancia no el más prudente: a tí corres ponde ,pues, dirigir el movimie: to, dijo Dimas. —Permitidme que os diga, he manos míos, repuso Antipatio con melosa entonación, que l: enfermidad de mi padre, pudie ra auxiliar nuestros planes, * 1w dehemos de-aprovechar esti acasión. —Dentro de cinco dias, dijo S doc, debe celebrarse en Jerusa lén la “fiesta de las suertes”. Mu titud de israelitas acudirán 4 todas partes para adorar a s D:os en .os atrios del santo ter plo. En estos días, como las ce remon:as hebreas permiten quí de odas parets lleguen a Jerusa lén fo.as.eros, los soldados ro manos y los herodianos duermen tranquños, fiados en nuestra fe. En este día, pues, nuestros par- ciales, con el arma oculta entre los pliegues de sus mantos, con- ¿undidos con la muchedumbre que lenatá las calles, no es fá- :il. ni que sean reconocidos ni que llamen la atención de los mercenarios de Herodes: ¿creéis que el “día de las suertes”, será a propósito para nuestro plan? Los cuatro contestaron afir- nativamente con un movimien- :o de cabeza.” —Sea el día de las suertes en- ionces, ya que como a mí os dace. Elijamos la hora y la se- ña para dar el grito de rebelión. Cuando e» sumo sacerdote lea en el libro de “Esther” el versí- culo aquel que edice: “Y así fué colgado Aman en el patíbulo q' había preparado para Mardo- cheo, y cesó la ira del rey” en- tonces los discípulos de Matías y Judas romperán en pedazos e' águila de oro que mancilla la casa .de Dios, y esto será la se- fñial del combate, —Cuando el águila que se po- sa sobre el pórtico del templo caiga, mis soldados desnudarán sus aceros por la patria, excla- mó Dimas con entusiasmo. —Lo «mismo ofrezco yo, dijo Antipatro. —Nosotros respondemos al frente de nuestros discípulos de- rribar ese padrón d ignominia jue roba el sueño de los justos ¡descendientes de Jacob. S —Ahora que el león de Judá afile sus garras como en otros tiempos, y que el esatndaret glo rioso de los Macabeos tremole a- gitado por el aura de la libertad sobre el abatido pueblo de Israel Los cinco conspiradores aban- donaron la cueva después de empeñar un segundo jurainento. * Era de día. ¿Los cinco compañeros comen- 'zaron a bajar no sin mucho tra-|Continuará la semana entrante. * bajo por laf alda de aquel es- cabroso monte. ( Llegaron al fondo del barran- Co y allí se detuvieron. fl Alí debían separarse. —Que Dios sea con vosotros, se dijeron unos a los otros. —Que la celebración de lás Suteres sea tan propicia a los. ra ols judíos del tempo de Es- ther, exclamó Sedoc. Después, Dimas, digero como un gamo, tomó por una vereda, desapareciendo al poco rato. El bandido se encaminaba.a Samaria. goso corcel, tomó el camino de Jericó, y los tres doctores de la ley se dirigieron con tranquilo paso a la ciudad de Jerusalén. CAPITULO 1H EL TEMPLO DE SION En tanto que el Eterno conce- día una morada fija a los judios para elevar un templo estable, las doce tribus de Israel-se sir» vierón de uno portátil durante sus largos años de errante pere- grinación. El pueblo israelita no recono- ¡cía entonces más rey que a Dios. Moisés era la providencia que les dirigia, transmitiéndoles las órderes de Jehová, Por ceso alzaban en medio de su camp::mento 21 Sinto aber- nácuio, como la tienda de un rey. Por eso, en torno de aquel tem plo improvisado con lienzos, pie les y ligeras tablas, se coloca- ban los reales de los levitas, y a sus cuatro extremos plantaban sus banderas, para proteger la cas de Dios, las valientes tribus de Judá, Rubén, Efraím y Dam. | Las ocho tribus restanets dor- mían tranquilas, bajo sus tien- das, viendo flotar los estandartes sobre sus Cabezas. Aquellos lienzos que agitaba el aire del desierto, lelvaban es- ' culpidas las insignias de las tri bus. Judá ostentaba un león, símbolo de a fiereza. Rubén un hombre, como rey de los anima- les. Efraím un buey, imagen de la fuerza. Dari una águila con una serpiente envoscaua u sus pies, imagen. d la stucia .; sabiduría. > Cuando el ¡sabio “legislador mandaba levantar los reales, los levitas deshacían el templo con una rapidez prodigiosa, pues cada uno tenía a su cargo un lienzo o una tabla de las q' formaban sus paredes. Llegó por fin el venturoso rei- nado de David, El joven monarca conoce que su puelílo necesita una ciudad fuerte que le defienda de sus * enemigos. Su' mirada de águila se fija sobre las montañas de Sión, de Arca de Moria, como se fija poco .anets armado de su ¡honda en la colosal figura de Goliat, el gigañte *filisiteo Las escarpadás rocas del valle de Josafat Je. atraen, arenga a sus tribus, y ofrece el grado de; general de Su ejército al prime- ¡To que escale. aquellas fortale:, zas que detienen su marcha. ¡decen a los guerreros, Joab, brino del rey;:éscala e muro d media de una nube de flechas, y la espada de Israel deguella a la población jebusea. David queda dueño de Jertl- salén: su reinado crece como si la mano invisible de Dios derra- mara sobre sus. vasallos sus e. ternos dones, y el rey piensa en elevar un templo a.Jehová. —** Todo está dispuesto: planes; materiales; pero Daivd muere,” y su hijo Salomón tiene la glo- ria de poner por obra el pensa: miento de su padre, A El monte Moria es elegido p ra cuna de la casa de Dios, y., sieet años después. el templo de, Sión brillaba a log rayos del sol; como una 'ascua de oro. hd Cinco siglos ruedan en torno de sus soberbios muros, q' caen convertidos en escombros ante los formidables soldados de Na- bucodonosor. Los bandidos se apoderaron "+ de las riquezas del templo): y a- rojando una cadena: al. cuéllo del desgraciado rey Joaquín, ciegan sus ojos y lo trasladan cautivo con su numeroso pueblo israelita a la orgullosa ciudad de los sátrapas en donde el dios Belo es adorado. Jeremías Jlora.en sus sentidos y poéticos cantos. la esclavitud de su raza; peroval fin Zorobabel logra la libertad desu pueblo, y torna al frente de él a instalarse en:la ciudad santa. judíos de ahora,.como. lo fué pa: Antipatro, montado en su fo--.' da es Las trompeta, de plata” enar- — P COTA”.

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