El Sol Newspaper, November 17, 1950, Page 4

Page views left: 0

You have reached the hourly page view limit. Unlock higher limit to our entire archive!

Subscribers enjoy higher page view limit, downloads, and exclusive features.

Text content (automatically generated)

+ Por doguiera se veían los rehe dos tuaidos de las Galias con “ sus cuatro ruedas doradas, sus cojines púrpura y sus flotantes de seda arrastrando por Jos: suelos, ¡donde sentadas con | la gravedad de una estatua de piedra, iban las matronas, vesti- con su estola blanca comio la nieve del Arat, envueltas en finísimog mantos de escarlata que flotabán ¡a merced del vien to, enseñando sus redondos bra- zos cuajados de brazaletes. Los esclavos extendían un pa- fio de elas Galias junto al carra je para que su señora no tocase nunca el inmundo polvo de. la tierra con sus plantas. Entonces esas lánguidas sensi tivas del «Tíber, esas hermosas “EL SOL”, SEMANARIO POPULAR INDEPENDIENTE Viernes 17 de Noviembre de 1950 Entonces aquel sitio quedaba jera que, con paso moderado, en el frío mármol: desierto. . seno a sus alegres. hijos. minado. Los bufones de Grecia, las bai larinas ded Cádiz, los gladiado- res de Africa, el cómico Pílade, el cómico Batilo, las boas, los tigres, los leones, los elefantes, los. peopardos, llegaban diaria- ¡mente a la patria de Rómulo pa ra entretener el ocio de los afor- tunados hijos de la loba. _ Augusto había fundido su va- jilla, conservando solamente un vaso, herencia de su tío Julio César, y ciento cincuenta millo- 'nes de sextercios (seis millones ¡de pesos) se invirtieron en tea- hijas de amor y la pereza, da-¡tros, hipódromos y en la vía ban algunos pasos apoyando — |Flamini, las manos en las nervudas es-| Augusto quiso ver feliz a su paldas de sus esclavos, como si ¡pueblo, y el sabio emperador no les faltara aliento para caminar encontraba obstáculo para con- ellas solas, y sentándose en un |seguirlo. mullido almohadón comenzaban| Pero no entremos en Roma; a jugar con unas bolitas; de ám dentegámonos un momento en bar; que tenían el privilegio de| la vía Apia. perfúmar el ambiente y las ma-| La luna, clara y radiante, tre- nos. : paba serena por un cielo sin nu- “¡Ah! No eran sólo las muje-|bes, bañando con loz melancóli- rés lag que caminaban de este¡“0S ryos de su frente las desier- modo: los hombres, los descen*|tas tumbas y los elegantes. pa- dienetes de aquellos brazos que lacios de la vía Apia, poco antes habían conquistado el mundo,|tan concurridos, s también buscan el apoyo que! Una mujer, o más bien un fan sóstuviera sus cansadas fuerzas. tasma en forma de mujer cami- (Mecenas, el amigo de Augus naba sen dirección a Roma. to, el protector de Virgilio y Ho-' Su larga cabellera roja caía racio caminaba siempre apoyado sobre sus hombros flotando a en las espaldas de dos robustos merced del viento de la noche. esclavos.) ; : Un túnico negro sujeto a la O era extraño encontrar en-|Cintura por un cinturón de ace- medio de aquella alegre y. res-|"o era su traje. h plandente reunión, al impasible| Por sus sienes se arrollaba u- filósofo, que envuelto en su raí-|na corona de hojas secas. do manto miraba con desprecio| «Su mano derecha se apoyaba aquella vanidad de la tierra, y|en un báculo de abeto y en la al. suplicante mendigo, que .se'izquierda podía verse una vari- gozaba mezclando el repugnan-|ta de metal a cuyo extremo fi- te hedor de sus. harapos con el|guraba una especie de búcaro aromático perfume. de las cor-|formado por cinco cabecitas de tesanas. 2... - y víboras. . Pero estos fantasmas que la] Iba descalza y parecía muy ciencia y la miseria hacían pa-|fatigada. sar ante los sofiolientos ojos de| Un rayo de luna cayó sobre su las corrompidas cortesanas, se[rostro. ; disipaban pronto. Entonces pudo verse que a: Al mendigo, le arrojan una mo¡quella mujer, extremadamente neda, al filósofo una sonrisa de|morena, tenía una hermosura desprecio: después la nube se|salvaje. disipa, el placer sonreía sobre| Sus ojos; negros como la no- sus cabezas y el Dios ciego, ha-|che, sombríos como el remor- “ciéndoles olvidar el alma, les|dimiento, se agitaban cn sus presntaba de lleno los encantos |órbitas, lanzando miradas ame- del a materia. nazadoras. Así pasaba dos horas la ele-| Su trente altiva y despejada, gante sociedad de Roma, hasta|sus labios gruesos y teñidos de “gue el sol, hundiéndose por com|un carmín vivísimo, su nariz per pleto tras las espaldas de Occi-|fectamente delineada y recta, dente, dejaba su imperio a la|[daban a aquel semblante algo| noche, que extendía su lúgubre de lúgubre y amedrentador. manto sohre las tumbas y los¡ Difícilmente hubiera podido palacios de la vía Apia. bordeaba las tumbas de la vía; Roma tornaba a recibir en sujApia a tal hora de la noche. De vez en cuando alzaba sus; Los placeres no habían ter-|ojos al cielo, y entreabriendo ; sus labios, un rugido de ira se “escapaba de su pecho. Pero pron ito como si un poder misterioso 'hubiera castigado su soberbia, exhalaba un gemido de dolor, inclinando su frente hacia la tierra, murmurando estas pala- bras: —-Ay de los dioses del Ilimpio de Homero! !Ay de los augures de la ciudad del Tíber! La la- guna Estigia agita sus aguas, la esfinge de Gizet cae de su pe- |destal y se hunde en las arenas que no podemos sentarnos sobre el trípode del templo de Delfos! Después de esta, dolorosa la- ¡mentación exhalaba un suspiro profundo, extenso, y continuaba [st marcha, que había interrum' pido entre lamentos. se alzaba solitaria al borde del camino, y sentóse en el banco de piedra, con la frente apoyada sobre el frío mármol del sepul-- ero. dá El mármal del mausoleo se es trsmeció al sentir el contacto de ella profundamente abismada ¡en su dolorosa meditación, no se apercibió de aquel aconteci- miento sobrenatural. La extranjera seguía 'exhalan- do hondos suszpiros, cuando u- na voz que parecía brotar del fondo de la tumba la habló de esta manera: —¿Quién viene a turbar' con sus gemidos el sepulcral silen- cio de la muerte?... —Yo, dijo la extranjera ir- guiéndose como si el eco del se- pulcro hubiera reanimado sus fuerzas. —¿Y quién eres tú? volvió a ¡preguntar la misma voz. —Una extranjera que viene idesde el centro del mundo (los antiguos creían que el templo de Delfos era el centro de la tie- rra), que ha dejado a sus espal- das el Golfo de Corinto, y que camina en busca de la orgullo- sa Roma. E —¿Vienes entonces de Grecia? —Vengo de Delfos. —¿Has visto el oráculo de A- polo, has visitado el templo de las musas? —Sí, ¿pero quién eres tú que me diriges la palabra desde el seno de una tumba? ra la lápida mortuaria de mi tumba... lee si sabes. La extranjera se separó unos pasos del mausoleo, donde pu- ldecirse la edad de aquella via-¡d ever esta inscripción grabada; Ñ who do not nee " With a'Special “other than for a NO MONTHLY SERVICE CHARGE 5: "NO MINIMUM BALANCE NO SHARGE FOR DEPOSITS the many adva VALLEY NATIONAL BANK ¿ATV ENTY<NINE+FRIENDLY CONVENIENT OFFICES IN “ARIZONA ( MEMBER FEDERAL DEPOSIT INSURANCE CORP regular checking account. Hoz. a brand-ñew, low-cóst Valley: Bank service especially designed for folks: who. want the safety, convenjence and - prestige of a checking account, but d the full facilities of a Checking Account you need only enough: money in the bank to cover.the checks you write. No minimum balance is required, and the only charge, special services, is for checks — 10 checks for $1. You can'open a Special Checking Account in a few minutes, simply by making a deposit and purchasing a book of checks. Open a Special Checking Account, today, atany Valley Bank Office and enjoy ntages offered by this new low-cost service. VALLE Y NATIONAL, BANK ORATION del desierto, , !Ay de nosotros, |--- Así llegó hasta una tumba q |--- la frente de la extranjera; pero' —La luna baña con su luz cla ' VIAJERO: Detén tu paso, y saluda las ce- nizas del Censor Apio Claudio Craso. El trazó el camino donde te ha- llas, e hizo el acueducto de las aguas Apias, Roma agradecida le ha levantado este mausoleo. Adios. — Aplaude. ..-—¿Tú eres Apio el censor, el que escribió la ley de las Doce Tablas? ..=—¿Gbeis si los romanos se .. .—Aún están colgadas de los muros del Capitolio: tus contem poráneos las grabaron en doce tablas de oro. —¿En qué año nos encontra- mos de la fundación de Roma?.. —En el año 652. ...—Entonces hace 400 años que ...——Tú lo has dicho. ... Sa .. ¿Quién rige la República ro mana? —Roma no tiene república. .... ...—1Y lo sufren los patricios!!.... SÍ, porque su emperador Oc- tavio Augusto es señor del mun do. La voz de la tumba guardó si- lencio por un breve espacio; lue go continuó de este modo: —¿Quién eres tú que tienes el poder de agitar mis cenizas, y darle voz a mi espíritu; por for- tuna perteneces a la. familia de ¡los doises? E —Soy la Sibila Cumea. —¿La Sibila Cumea, la Sibila de Taruino el Soberbio, la que llegó a Roma cuando se estaban abriendo los fosos del Capitolio sobre la roca Tarpeya a vender los libros Sibilinos.? (Tarquino el Soberbio, que tan to mal causó a los romanos, qui so halagarlos edificando un tem plo' sobre el monte Tarpeyano. A las primeras excavaciones se hallaron una cabeza de hombre destilando sangre. Los ancianos de Roma a quienes se le pre- sentó la cabeza para ver si la re conocían, aseguraron ser“la de un romano llamado “Tolo”, que hacía muchos años había muer- to, por eso se le puso al templo el nombre de Capitolio, lo que significa 'cabeza de Tolo.” Una mujer desconocida se pre sentó a Tarquno a ver si quería comprar nueve volúmenes, lla- mados “libros sibilinos' pidiendo una cantidad crecida de dinero. Tarquino despidió a la extran- jera. Poco después volvió: a pre- sentarse, y le dijo: “He quemado tres volúmenes, vengo a ofrecer te los seis restantes'. Tarquino despidió a la extranjera; pero 2 meses después la sibila Cumea tornó a presentarse en el palacio del rey, y le dijo: “Sólo me que- ha consumido el fuego: “vengo a ofrecértelos. Con ellos sabras las: profecías de lo futuro, y po- drás conocer el bien del mal”. Tarquino, asombrado de la ter- quedad de la sibila, compró los libros por la misma suma que le pidió al principio, y mandó q' se encerraran en una' arca de piedra, que fué depositada en el Capitolio, bajo la custodia de 15 elevados personajes, prohi- biendo que se consultaran sin orden suya. —La misma soy. —¿Cómo gozas de una ancia nidad tan dilatada? ¿No han cortado las parcas el hilo de tu vida? —Sí, he muerto: el viejo Qui- ran ha conducido mi alma por la laguna Estigia; he visitado la caverna de la muerte y he visto las letras Parcas, (Homero lla- mó a.las Parcas, hijas de Júpiter y Temis; Orfe-o, hijas de la no- che; Platón, hijas de la necesi dad). “Lequesis de cuyos dedos brotan millares de hilos; Cloto, que sostiene eternamente el. hu- so; y Atropos, con sus 'incansa- bles tijeras. de diamante que cortan sin cesar el hilo de la vi- da. El mío cayó también bajo el corte incansable de su arma fa tal.- , —¿Cómo pues, oigo tu voz, si dejaste de existir? —!Ay! respondió la Sibila ex- halando un doloroso lamento,. ¡Temis ha ordenado a sus hijas que reanuden por breves días el hilo de mi existencia, pues soy portadora de la última misión del oráculo de Delfos, del divino Apolo, que ya no responde a las preguntas que se le dirigen. Los dioses paganos se estremecen y caen derrotados de sus pedesta- les, huyendo en precipitada fu- ga a la- caverna del Cáucaso; el ladrón divino, el soberbio Pro- |meteo, ha roto sus cadenas de ..|-vorito. Rhea ha visto morir ileones de su carro y caer las lo dan tres libros: los otros seis los | ¡diamante y ha visto morir sobre su sangriento pecho el cuervo 'insaciable, Júpiter, rey de los ¡dioses y de los hombres; vacila en su trono de marfil; el cetro cae de sus manos; los rayos han quemado su frente; el águila plega sus alas, y la hermosa He be llora sin consuelo a sus pies. Junio, su esposo y su hermana a pn tiempo, desoye los ruegos de las recién casadas y aparta los ojos de las madres primeri- zas. Minerva ha cerrado el libro .|de la sabiduría, Vesta ha visto con- espento extinguirse el fue- go sagrado. El escudo de Pal- mas se ha roto en tres pedazos. La corona de espinas de - la fructífera Ceres se ha secado so- bre su frente. Venus, hija del a- mor y la hermosura. llora la in- gratitud de eEros, su Cupido fa- los rr-es de su corona. La serpiente de Saturno ya no se muerde la cola, ii la guadaña een sus ma- nos. Diana recorre log bosques desolada, porque sus flechas son impotentes contra los gamos. Mercurio ha visto caer las alas de su casco y la bolsa de su ma na noche; su sonora lira se ha quebrado, y las nueve musas hi- ¡jas de Júpiter, y Mnemone llo ran amargamente recorriendo los omntes de Pierio, Helicona y el Parnaso. —'Cesa, cesa! exclamaba la voz de la tumba, fantasma evo- ¡cado del averno; espíritu infer- ¡nal que vienes a turbar con tus palabrsa el tranquilo. sueño dee en paz en el seno del mármol frío que encierra mis cenizas, y Ino te goces en pintarme las rui “nas de los dioses de Olimpo. La extranjero se puso en pie, lanzó un doloroso suspiro y em- prendiendo el camino que con- ducía a Roma, dijo estas pala- bras: —Duerme en paz, Appio; pero si tu alma vaga errante por las ¡regiones : de la desconocido en den concederle los dioses paga- nos, dirígela hacia Israel la tie- rra prometida, donde ha nacido el verdadero Dios, el Salvador del mundo, el Mesías anunciado por los profetas. —¿Y qué nombre tiene ese Dios? —Jesús se llama; del mundo será. Entonces oyóse un gemido en el seno de la tumba; la luna o- cultó su hermoso disco tras los celajes de una nube de ópalo; la estatua de Esculapio que ador naba la cúspide de la tumba de Appio Claudio Craso cayó al sue lo rota en pedazos; los mármoles Redentor ¡se estremecieron, y la Sibila Cu- ¡mea, inclinada la frente hacia la tierra, apoyando el cuerpo sobre el cayado que le servía de sos- tén, se encaminó a Roma, ex, clamando estas palabras: —-Ay de los dioses del Olimpo ed Homero! !Ay de los augures de la ciudad del Tíber! La Lagu- na Estigia agita sus malditas a- guas; la esfinge de Gazet cae de su pedestal y se hunde en las arenas del desierto. !Ay de noso tros que no podremos sentarnos en el trípode edl templo de Del- gero porque el Dios verdadero ha nacido en Israel; porque el Redentor de los hombres ha ba- jado a la tierra a derrotar a los dioses paganos. CAPITULO X LOS ORACULOS DE DELFOS Al mismo tiempo; que la Sibi- la Cúumea se encaminaba a Ro- ma por la vía Apia, dos jinetes atravesaban la ancha calle de Juno en dirección al monte Pa- latino. A juzgar por las manchas «le barro que salpicaban sus flotan- tés mantos y las ricas pieles de leopardos de los caballos, la llu- via debía "haberles molestadc durante el camino. Uno de los jinetes era joven; apenas tendría veinticuatro años de edad. Su estatura, mediana, parecía distinguida, según el aire mar- cial y de desenvuelto con que montaba. Era de pálido y agraciado ros- tro, aunque en el conjunto se no taba cierta rigidez en sus fac- ciones que le daban un aire som brío y taciturno. A la claridad de la luna pudo verse que el joven llevaba una culebra del diámetro de dos pul- gadas enrollada al cuello, cuya chata cabeza aciriciaba de vez en cuando con su mano o con el no. Marte ha sentido miedo en. el corazón. La hermosa cabellee ira- de polo ha encanecido en u-: ¡la muerto, Vete, deja que repose| busca de un perdón que no pue-; extremo inferior de su barba per fectamente afeitada. Este joven se llamaba Tibe- [rio; era sobrino de Augusto, y ¡estaba destinado a ser empera- ¡dor de Roma. El otro jinete que cabalgaba a su lado, más que un hombre parecía un atleta. Se Hamaba Macron, era esclavo favorito del ¡futuro tirano, del que más tarde baldón de la humanidad, había de matar a una madre porque lloraba la muerte de un hijo que ¡él había mandado degollar, y ha bía de arrancarse los cabellos y lanzar gritos de desesperación porque Cartucio se dió la muer- te en su calabozo antes que lle- gara la del tirano. Los dos jinetes llegaron a los pórticos del palacio de Augusta y echaron pie a tierra. Los soldados del César rodea- ron a los forasteros extrañándo- les la ranqueza con que se in- iroducían en el palacio de su se fior a tal hora de la noche. ¿Qué, no me reconoréis ya, ¡o- bos caducos? Les dijo Tiberio con imperio. ¿Tan pronmt> se he borrado Gr nuestra memcria la [fisonomía de vuestro señor? En ¡ese Caso, Os aconsejo que deposi- teis un corazón de paloma a los pies de Esculapio para que os refresque la memoria y os abra los ojos. | —Salud a Tiberio nuesro ge- neral, exclamaron algunos sol- _dados inclinándose. | —Gracias sean dadas a Júpi ter, inmortal, les respondió Tibe rio, Y quitándose la culebra que se enrolalba en su cuello, se la lalargó a su esclavo diciendo ¡después de acariciarla: —Macrón, toma a mifavorita. guárdala. Mi ilustre tív siente sin razn repugnancia hacia, es tos reptles. Todos los yrandes hombres tienen cosas pequeñas. Julio César, nuestro gioricso pa riente, se ocultaba en los sóta- “nos de su palacio cuando las nu bes tronaban sobre Romá, Augus ,to mi tío, se estremece a la sola vista de una culebra. Macron, -que nada decía, sc metió con*impasibiliddd la cu: lebra en el pecho, y mientras Ti berio subía lás anchas escalera: del palacio, se encaminó au la caballerizas seguido de los co: celes. s Cuando Tiberio legó a la.án tecámara del Emperador, dijc lacónicamente a uno dé los lic tores que salió a su encuentro. —Dile a César que Tiberio es tá aquí. Poco después, Augusto estre chaba gozoso a su sobrino enti sus brazos. . —Mi querido tío, le dijo Tibe- rio, tú has querido que abando nara mi roca solitaria, (Tiberio, cuyo carácter sombrío le procu- raba pocos amigos, vivía casi siempre retirado en la isla de htodas, en una casa situada so- bre las rocas escarpadas del mar. Su único placer era consul- tar acerca de su futura suerte a los pretendidos adivinos, man- dando luego a su fornido escla- vo que los tirara al mar. Un día hallábase en la elevada torreci- lla de su casa consultando a un embaucador llamado Tracilo, el cual le había dicho “que infali; blemente llegaría a ser empera- dor”.— ¿Qué dicen los dioses y las estrellas de tu futura :suér-: te? le preguntó Tiberio con mar cada y cruel sonrisa al adivino. —Tracilo se puso a temblar, pues sabía la suerte de sus pré- decesores, y respondió: * Que me ¡amenaza una gran desgra: cia —Tienes razón, le dijo' Tibe- rio; mi esclavo tenía la. orden de despeñarte, pero te perdono porque lo has acertado,) para instalarme en tu palacio de Ro- ma, :y tus deseos son órdenes pa ra Tiberio, Aquí me tienes.” —Los años empiezan a doblar mi cuerpo hacia la tierra, que- rido sobrino, le dijo Augusto: Ne cesito un brazo joven y robusto que dirija el imperio después de mi muerte, y quiero colocar. so- bre tu frente mi corona, mi man to imperial sobre tus 'hombros, Tiberio se inclinó, mas que por agradecimiento hacia su tío para ocultar la inmensa alegría de su corazón. —Yo soy tu primer esclavo, señor, le dijo, manda; pero pre- feriría la soledad de mi roca de Rodas al estruendo de Roma. —Te he llamado, pues, conti- nuó Augusto desatendiendo, las palabras de Tiberio, porque de- seo instruirte en los deberes .de un rey clemente y justiciero. La paz, hijo mío, debe ser el primer afán de los reyes. Tiberio volvió a inclinarse. . Así permanecieron hablando por espacio de una hora. Augus to había dispuesto que su sobri- no se-instalara en su mismo pa- lacio, en una cámara contigua a la suya. z Cuando el emperador mani- festó que podía rteirarse, pues al día siguiente continuarían su berio le dijo: interrumpida conversación, Ti- —Señor, antes de separarnos, quisiera interceder por un des- graciado que gime-en un cala- bozo a orillas del Ponto Euximo, recordando en su soledad los en- cantos de Roma, los goces de la vía Apia. $ Augusto frunció el ceño: una miradá de cólera cruzó como un rayo por sus ojos, siempre bon- dadosos. Su rugosa mano cogió el brazo de su sobrino apretándole con una fuerza increíble a sus años; un temblor nervioso agitó su cuerpo, y luego, con una pausa sruel, dijo'mirando con severi- dad a Tiberio: —Ovidio Nason, el poeta cíni- co, el corruptor de la juventud romana, aunque dotado por A- polo de un numen fecundo y creador morirá encerrado en los calabozos de Sarmacia. No vuel vas nunca a interceder en su fa vor. Roma y sus placeres no ex- isten para él. (Ovidio Nason mu- rió-en los calabozos de Sarmacia después de ocho años de reclu- sión. No se sabe a.junto fijo por qué ugusto, tan protector de los poetas, castigó con tanta cruel- dad a Ovidio; se cree que fué sorprendido en los brazos de Ju- lia, su hija. Lo cierto es que mu chos intercedieron por Ovidio, y nadie alcanzó su perdón.) Au- gusto despidió con un ademán a Tiberio que salió de la cámara sin despegar los labios, El emperador quedóse un mo- mento preocupado, taciturno, con los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada en el suelos como si e] nombre de Ovuiio del cantor inspirado, del “Trtisama- torise', de 'Medea' y del puema “La batalla de Accio', hubieran evocado en su mente recuerdos dolorosos. . De esa actitud vino a sacarle un lictor anunciándole que una mujer extraña y cubierta de vo que decía venir de Delfos, mostraba, gran empeño en ha- blarle, a pesar de lo avanzado de la noche. ugusto tornó a reponerse oyen do las palabras del lictor. —¿Qué quiere demí esa ex- tranjero?, preguntó el César. —Dice que viene a hablarte de prate del oráAculo de Delfos. se llama la Sibila: Cumea. Abridle las puertas, exclamó Augusto estremeciéndose; dejad dé eDelfos. pasad a la enviada del oráculo Cumea, apoyada en su cayado, entró én la cámara del empera- dor. “ Ocho lictores con su$ varas de sarmiento en la mano, se que- daron junto a la ancha cortina de la puerta, como esperando u- na.orden de su señor. La Sibila, con paso grave, fa- ídieo, misterioso; llegó a colo- zarse a.tres codos de Augusto. Este miraba a aquella mujer Misteriosa con espanto. —Tú ya no eres Augusto— le dijo Cumea con una voz que pa- recía salir de una tumba,— el :ey más poderoso y más grande «| le la tierra, porque ha nacido “u Señor en Belén de Judá. He aquí la última revelación de A- dolo, “antes de enmudecer para siempre, antes edbajar al in- fierno por una eternidad. La Sibila partió la varilla de acero que llevaba en la mano; las víboras de metal que ador- naban su extremo se agitaron, y sacando un. papiro enrollado lo puso en las manos de Augusto El César, sobrecogido, agita- do, desenrrolló el papiro y se pu so a leer con voz insegura estos tres versos, últimas palabras del oráculo de Delfos: “Me puer hebraeus, divos deus ipse gubernans cedere sede ju- bet, tristemqye redire sub -or- cum. Aris ergo lime tacitus abs- cedito nostris.” (Un niño hebreo, Dios de dio- ses, me obliga a dejar mi tem- plo, hasta ahora inmortal, y a volver al infierno.). Apenas Augusto había pronun ciado la última de las palabras de los tres versos del oráculo, cuando. Cumea, extendiendo el brazo hacia Orieente, exclamó: —'De Israel brota la luz que ha de disipar las tinieblas! !Ay de los ciegos idólatras del Olim Pasa a la página 5. , MARTIR DEL GOLGOTA”

Other pages from this issue: