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Página Cuatro. An “EL SOL”, SEMANARIO POPULAR INDEPENDIENTE a Una Cabalgata PELIGROSA Esto sucedía en a pequeña pejentre los daneses. ro hermosa ciudad de Akurenri (Isandia), poco después del me- diodía de una tarde de verano. Mi hermanito Manni y yo nos habíamos propuesto realizar un largo paseo vespertino por los valles y montañs, llenos de flores silvestres y adornados profusuiment por le: naturaleza en aquella es.ación privilegia- da. En Islandia, se permite a los niños mayor libertad que en o- tras partes; y para esta clase distracciones, nuestros padres nos daban amplia autorización. Poco después del imediodía sa limos de casa y nos dirigimos a los montes y alturas situadas al oeste de Akurenri. Marchábamos alegremente, cerro arriba, aspirando ávida- mente en nuestros pulmones el maravillosamente puro, cálido y soleado aire de la montaña, Ya habíamos escala1) las pri meras estribaciones y nos ha!lá bamos en un nivel más elevado que el de las casa úe la ciudad. Pero también nos “ansába- mos mucho, pu.s la cuesta era empinada. —!Qué aire tan agradable, Nonni me dijo Mamni y se detu- vo extasiado aspirando la aro- rótica brisa ormmaveral. —Tienes razón, Manr:i,—- le re pondi— este aire es muy di- vers) del que aspiramo: en la ciaad.— —S:, ciertamente, y se debe a que aquí ariba hay muchas flo- res silvestres; tienen un olor suavísimo, ¿no et parece, Non-|ca de un caballo. ni? —Es verdad, así también lo creo yo;; pero además contribu-|varios de ellos eran alzanes y ye el aire salado del mar; cuan |zainos. do éste se mezcla con el de la montaña, entonces se tiene el aire más saludable que'es posi-|mejores caballos, y los alzanes ble imaginar. Así me lo ha di- cho mamá. Manmni se volvió y contempioó el inmenso golfo azul de Enjaf-|tos y prontz los reconncimos. jordur, que ese día .estaba her- mosísimo. —!Qué bello está hoy el mar! —exclamó— casi está más azul |1inuy bien, T;*ur:: ¡ ue: el Inte” que el cielo mismo. —Si, Manni, y es por eso la superficie del mar se ve tersa co|veces que queramos. mo un espejo. —!Y cuán límpidamente se destacan los buques anclados - en la rada! Mira cómo refulge el yate inglés; parece que estu-|queño de :s alzanes, —parece viera dorado. : z—S¿, ciertamente es un hermo-|-—Tienes razón, Manni, yo creo so buque, pero me parece que los daneses también lo son, prin|hay aquí. cipalmente el Rachel y el Her- tha. —Es verdad, Nonni; eso3 dos son los que más me agradan —¿Y qué dices del buque de guerra francés que se ve allí a la derecha? ¿no es muy hermo- so? —+Sí, Nonni, y además es más grande que cualquiera de los o- tros, !y qué bien lucen los caño- nes alineados sobre cubierta a ambos lados de la nave! !Qué granaioso y terrible debe sec cuando disparan todos a un mis mo tiempo! Mañni aplaudió lleno de con- tento y me respondió: —'!Aquéllo debe ser como un trueno! Así estuvimos conversando un, largo rato y admirarondo el her mosísimo panorama que tenía- * mos hacia el mar, la bahía y la| ciudad. Al final me cijo mi hermano: —¿No te parece que podría- mos hacer un recorrido visitan- do los buques anciados, en lu- gar de pasear por las montañas. —Pero Manni, eso lo podemos hacer en otra ocasión; pronto cambiará el tiempo, Ahora, ya que hemos subido aquí arriba, procuremos ascender algo más. —Sí, vamos a hacer así, Non- ni— me dijo el pequeño, y con- tinuamos nuestra marcha. los demás, y pastaba tranquila- mente, Manni decía bien: era extraor dinariamente pequeño y bajo, pero muy robusto. Ahora, vayamos con cuidado, Manni; de io contrario se esca- pará. Caminamos lenta y circular- mente alrededor del animal y nos acercamos a él. —Ahora quédate aqui— le su surré a mi hermanito— mien- tras. yo voy del otro lado del ala zán; entonces comenzaremos los dos asilbar y lentamente logra remos atraparlo. Manni, que conocía ya esta treta islandesa para agarsar ca- ballos, me hizo seña de haber enterdido mi plan. Entonces, dando un amplio cizculo alrededor del cabailo, hasta quedar enfrente de mi hermanito, me dirigí al otro la- do. Alzamos los brazos y nos aver camos lentamente a nuestra an siada presa. Al mismo tiempo comenzamos a silbar, al princi- pio muy suavemente después más y más fuerte, pero siempre en el mismo tono. El caballo pronto se dió cuen- ta de nuestra presencia: cesó de Pronto nuestra respiración Se ¡pastar, alzó la cabeza y lleno de volvió fatigosa. Manni se detu- [inquietud miró primeramente a ¡ —Creo que deberíamos procu- rarnos un caballo; en la prade- ra que hay a la derecha, suele haber muchos. S Aprobí su idea, y nos dirigi- “mos a la florida pradera en bus vo y me dijo: | AMí había una docena; jóve- nes y fogosos caballos de ramta Los zainos son considerados en el norte de Islandia como los como los mús fogcsos y de me- jor planta. OLs observ*n1:: uioz momen- —Manni, s.” los caballos del Intendente Hafs ein —Sí, es v»"d:ui, y nos viene dente nos na dado p+rmiso para andar en 3,3 cadai!)> todas las —Ya lo '-2!e:x:* ; 1::mos a a- provechar su permiso. —¿No te parece bien aquél? —me dijo sei3lando el más pe- fogoso y le az. ia: elástico. que es el mejor de todos los que —También parece ser muy fuerte— añadió. El. anmial de que hablába- mos estaba un poco apartado de Manni y después a mí; parecía estar dispuesto a huir, dió un par de pasos hacia adelante. Entonces silbamos aún más fuerte que antes; esto tuvo re- sultado. El alazán se detuvo de repen- te, alzó las orejas. Miró hacia adelante y se que- dó completamente inmóvil, tie- so: parecía estar hechizado. No lo perdimos ni un momen- to de vista. y-continuamos sil- hando siempre en el mismo +to- no: al mismo tiempo nos acer- cáhbamos con todo cuidado. Cuando estuvimos a su lado, lo tomé por zas crines. Ya estaba prisionero, y de gol pe se deshizo el encantamiento ya podríamos dejar de silbar, Saqué de mi bolsillo un cor- del que mediría unos cuatro pin de largo, y mientras dirigía pa- labras tranquilizadoras al ani- mal, la pasé entre los gruesos dientes bancos de su boca. El me dejó hacer tranquila- mente y «mantuvo abierta su bo ca todo el tiempo que fué preci so; até un extremo de la cuerda a su maxilar inferior, pero tuve buen cuidado de no hacerle da- ño. Con esto ya teníamos brida y freno. Así solíamos hacer en nues- tras excursiones; los caballo is estas maniobras y se dejan go- bernar. —'!Qué hermoso caballo de morita! —exclamó Manni— ¡Cuánto debe correr! —Sí, sí, hemos tenido mucha suerte, sin duda que seerá rápi- do como el viento. —Tiene aspecto “We ser muy co iredor, Nonni; ahora monta tú pr:mero, después lo llev«s junto a aquella piedra grande y asi po2ré subir en ancas. —Bien, Manni, así lo haremos Monté en el fogoso alzán, .a” en segrida comenzó a moverse, ve . en cuanto tiré us pocy dul freno se detuvo. Entonces lo conduje a la pie- dra indicada por Manni que se hallaba al borde del pastizal. En un momento Manni :!egó hasta ella. ] —Te sentarás detrás de mí — 1: dije. Saltó sobre la piedra y cran- do puse el alazán a su lado, sal- tó ¿gilmente deste ella a las »n cas del caballo. Se agaró a mí co1 ambasma- 19s, a fin de estar más seguro. Va podía comer s* la cubri- gta —; Adónde iremos?— me pre- guntó el pequeño. -—I10pongo jue vayamos ha- ct. el sur, al río Enjafjarcará; hista ahora, nunca hemos i¡le- «vado allí. !'Dicea que hay tan- tas cosas lindas para conocer! —'Oh sí, vamos hacia allá! Pero, ¿qué es lo que hay para ver? —Muchas cuevas y altas ¡ue- bradas; admirables declives y derrumbes y praderas floricas; ccrren cuesta abajo arroyos de rmuntaña, También hay fuentes térmicas, de las que brota agua caliente, y lagos en los que hay patos salvajes y cisnes y otras aves acuáticas; el inmenso río, a' desemboca en el golfo Enjaf- jordur, corer de aquí para allá, ; formando hermosas islas y la- gos, donde abundan las aves sil vesues. —!Oh, Nonni!, vamos allá. — exclamó Manni—. Hoy hace un tiempo hermosísim», el cielo es tá completamente azul, hacia ningún lado se divisan nubes, el aire es cálido y no hay vien- to fuerte. Difícilmente hallare- mos una ccasión mejor. !Vamus a galope tendido!, !el alazán tiene ruenas patas! El pequeño me abrazó fuelte- niente con ambas manos; ende- recé hacia el sur y pusc el ala- ¿fm en marcha. No precisé espolearlo dos ve- ces: apenas aflojé la rienda, a- rrancó a una velocidad tal, que llas cosas desfilaban a nuestro lado sin poder verlas y ambos quedamos sin poder hablar. Corría con la velocidad del viento sobre las piedras y gui- jarros de que estaba sembrado el suelo. Manni se sostuvo fuer- temente a mi lado, y por precau ción agarré con la mano las tu pidas crines del fogoso alazán; de este modo podíamos: correr sin pel:gro «e darnos ura caída. Poco después logramos reco- brarnos de nuestro primer a- landeses están acostumbrados a|sombro y le dije a Manni. A One Cent Postage Stamp Valued-at ¿$50000. $50,000 seems a breath-taking price for a: old penny postage stamp — canceled, at that! But the British Guiana one cent stamp o? 1856 is the world's rarest stamp. 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They're all you need to enjoy the many benefits of this fast, safe, convenient Valley Bank service. —'!Nunca en mi vida me ha- ría pasado algo semejante! -—Tampoco a mí: con tal que no se despeñe ahora en alguna quebrada. —No, eso nc lo hara; estos a- nimales tienen muy buen instin to para evitar esos peligros. —Pero, ¿cuanto tiempo se mantendrá en esta carrera? —Con tal que no tome cerro arriba, puede correr así durante una hora: lo que debe llevar es muy poco, pues nosotros no so- mos nada pesados. Así marchamos un largo rato. El hermoso paisaje se suce- ¡día a ambos lados, con u:ziá rá- pidez redtiginosa: praderas y la gos, quebradas y precipicios, Imontañas y declives, Y a nues tra manoizquierda, los muchos brazos del río. de E «menudo, pájaros asustados salian de sus esco1dit»s y vola- bar: un rato, chi'lind» hasta refugiarse en una cavidad más elevada. También las ovejas y los corderos qua hallábamos en € camino, corrian un rato des- e:perados y con:luíaa dispersán de hacia todas partes. ic nuestro nuestra alazán, pe «¿$ un salto tan repentino —sin d:+minuir velocilac— que casi ns fuimos al suelo; con gran ez.uerzo lograim3s mantenernos firmes; después, volvimos incon cientemente la cabeza. —Mira, Nonni, —me dioj Man ni riendo— aquel enorme carne PP e S.A -- CR o, ¡ganado vacuno; los animales huían velozmente, pero muy pronto se detenían y nos mira- ban curiosame. te, con sus gran ¡des ojos; parecían no compren- ¡der para qué se precisaba tal velocidad. De pronto, vimos ante noso- tros a unos cien pasos, un an- cho y torentoso brazo de agua; el estrecho sendero por el que marchábamos entonces, condu- cia directamente a él. Era un brazo del Enjar: y ali esíaba uno de los paso: o vados cel río. El alazán corrió hacia el a- gua sin disminuir de velocidad. —!Pero Nonni! —gritó espan tado mi hermanito —¿no ves el río?, !el caballo se va a eehar al agua! —No tengas cuidado, Manni, él sabc tan bien como nosotros lo que conviene hacer. 'Manten- te firme! Manni se afirmó en mí, con más fuerza. —'Pero Nonni!— exclamó en seguida —¿no puedes detener- lo? —Ciertamente que puedo, pe- ro no es necesario, Manni; él se irá deteniendo por sí solo, :es- pera un momento! Noté que Manni temblaba un poco y me acordé de que al a- 'gua profunda le daba vértigo y le hacía perder la serenidad. —!Mi querido Manni!'— lo tranquilicé— por amor de Dios, ino tengas miedo! Verás que todo irá bien! —Sií, ojalá que así sea — me susurró muy bajito— pero me parece que el río es muy pro- fundo. Y ya no tuvo tiempo pa:a res aún Estreché nuevamente su mz- nc, y me sentí muy orgulloso ide mi hermaritc. Siguió una corta pausa. Pero Manni, que no pdía a- partar su mirada del profundo y torrentoso río, dijo de golpe en voz baja: —Qué ancho está el río! —Hay otros ríos mucho más anchos que éste! —-'Pero qué rápida es la co- rriente— continuó después de una pausa —¿crees que el caba llo logrará resistirla? —-'!Oh sí, los caballos saben bien cómo pasar; son más fuer tes y advertidos de lo que pare- cen! —Pero, ¿qué profundidad ha- brá en el mudio? —Es difícil decir, Pero creo jue el caoallo puede can iner aún en la mitad del torrente. —¿Y si fuera tan profundo, q no pudiera caminar? —!Oh!, entonces nos lleva-1a radando, sin dificultad alguna, hasta la otra orilla. --Teparece, Nonni? -—Seguramente. -¿Aún con los dos montados 2 «ima? —Sin Cuda Manni. -—-Pero entonces nos m-jare- mos completamente! —No completamente, Manni; nos mojaremos solamente los pies y esot no nos hará daño cuendo volvamos a casa nos cambiaremos prontamente. Noté que Manni tenía verda- dero pavor al río. Por lo tanto, yo debía apartar su atención del agua, y dar otra dirección a sus pensamientos. tono más bien alegre—, mire- —Pero Manni,— le dije en un e ponderle, llegábamos 'a la orilla [mos un poco a nuesir> alrede- del ancho torrente, y el alazán|dor; nunca hanta .es rstado, en detuvo de pronto su veloz, carre ra cambiándola por una mar- “cha lenta, Tan rápido qué el cambio que de no haber estado fuertemen- te acido en las crines, hubiera cerído con Manni al suelo; pcru Yu estaba acostumbrado a estes ac'identes, y en último momen- a alcancé a pr. enirlo. El animal se ccrcó con ¡aso 1o“ir hasta el agua y comenzó a vadear el ví, cafninando. Pero entonces gritó mi herma- nu. - !Alto, Nona1, alte! 'Me vie re vértigo! Inmediatamente detuve al ca ballo y 1 tiré de la rienda hacia la derecha; obedeció, y en segui 'da nos sacó del agua. —'Bajámonos! —me pidió el pequeño. —Bien, en seguida. Tomé su mano derecha y 1e ayudé a descender. Después sal 1é tam; !én yo, y sin soitar al canallo Ce la rienda me dirigí a Manni para tranquilizarin. —*Yin duda que te has cansa- do, ¿no es verdad? —No €s precisamente eso, No ni, sino que sentí de golpe una angustia cuando llegábamos al rio. —Éso se debe a que el agua te causa vértigo. Pero no hay este paraje, y me perece que ihay aquí muchas cusas nuevas [«yue ver; observa por ejemplo el isudoeste: allí hay continuamen te humo y vapor en las cum- bres; ¿sabes qué es eso? Manni siguió mi dirección, y estuvo un largo rato contem- plando el humo. Después me respondió: —Tienes razón, Nonni, allí hay una gran cantidad de nu- bes de vapor; sin duda que pro- vienen de una fuente hirviente que habrá allá arriba. —Sí, así es, he oído decir que allí siempre está tibio el suelo, de modo que en invierno ni la . nieve ni el hielo pueden quedar mucho rato, —Sin duda que hay allí fue- go proveniente de la tierra. —Así es, pero no hay que te- mer; aquí nunca ha habido nin guna erosión. Y así estuvimos observando durante un rato. Nos hallábamos bien en el va lle del Enjafjardará; hacia el este y el oeste se alzaban impo nentes montañas. ' En cutnto podía alcanzar nues tra mirada, veíamos más y más picachos de la cordiliera Vadla- heidi: la parte mas esevada es- taba aún cubierta von blanquí- sima nieve; alyo más abajo, en ningún peligro; puedes creérme jos declives, se veía solamente io. Ieolor verde, por los arbust2s; y En lugar de responde... Majen la lanura !minaba la belle nni echó una mirada llena de[za de !s mil ” ¡ :.s primavera- preocupación hacia el ancho río|ie.- que arrastraba sus aguas preci-| Fleres rojas. 1: 11cs y amari- pitádamente; al mismo tiempo |!las lucían ae nosotros como Viernes 28 de Abril de 1950. Como yo lo he dicho, nos ha- llábamos en el hermosísimo va- lle del río, rodeados por doquie- ro de animada vida. Precisamente delante de no- sotros corría el brazo principel del Enjafiardará. En el centro <e hallaban las islas, llenas de vegetación, en las cuales se - ve.an pájaros de todas clases, grandes y pequeños, algunos vo laban de acá para allá, otros nadaban en el río o en peque- ños lagos formados a los costa- dos de las oslas. Los patos de monte eran innumerables, pero también abundaban los blanqui simos gansos salvaies, y se ve- íam muchos cisnes. Gaviot::s y papayagos de mar revoltcaban ch:/:ando sobre nuestras cabe- zas. —Manni— dije yo— !qué her- moso debe ser contemplar todo esto desde el otro lado del río! y, ¿quién sabe?, tal vez logre- mos atrapar un ganso salvaje o un cisne. —¿Te parece, Nonni? —Por lo menos podemos in- ¡tentarlo... j —!Oh, sí! —exclamó entusias mado el pequeño— '!figúrate cuánto se alegraría mamita, «+i volvieramos a casa llevando un ganso salvaje! —Entonces, Manni, !no espe- remos más!; !montemos de inm- mediato y crucemos el río! —Muy bien. Nonni, en segui- da— me contestó el pequeño muy decidido. Buscamos a nuestro alrededor una piedra desde la cua! pudié- ramos montar con facilidad, pe ro todo era llanura, completa- mente plano. Nos veíamos obli- gados a inventar otro método. —'Escucha, Manni, —le pro- puse—, primero, te ayudo yo a montar, después ya logiaré su- bir yo. —Bien, pero ten cuidado— me advirtió— de que cuando yo es- té arriba el alazán no escape llevándome solamente a mí, co mo sucedió el año pasado en las montañas de Modruvellir. —¿Te refieres a aquella vez que pernoctamos en la cueva de Haldor Helgafón, de Borg? —Sí, —Ahora no tengas cuidado, Manni, pero está bien que me lo hayas recordado; estaré a- tento. Me fijé si .1 cerda que ser- vía de rienu: estaba hien «ol .- cada, la até más fuertemente en la quipada inferior del ala- zán. Después envolví la otra pun- ta en mi mano izquierda, con la cual el animal no podía huir de mi. an Me situé junto al a :abalga- dura, dejé que Manni hiciera estribo en mi rodilla, a la que alcé un poco, y le ayudé a tro- parse hasta quedar montado. Apenas estaba arriba, cuando el animal comenzó 4 inquietar- sz como para emprender carie- ra Se tornó impaciznto, resopla ba y golpeaba el suelo con sus patas. —'No sueltes la rienda, Nonni —me gritó Manni. —No te preocupes, que no la soltaré, El alazán pataleaba cada vez más y se revolvía impacieente. | —!Agárrate fuertemnte de las crines!—le grité a mi hermanito se frotaba un oído con la mano izquierda, lo que acostumbraba hacer cuando se veía en algún apuro. —'Si lograra tranquilizarlo!, pensaba yo mientras arreglaba las improvisadas riendas dei alazán. Reflexion.é un momento lue- go puse mi mano sobre el hom- bro de Manni y le dije: —Tú siempre has sido un ni- ño sensato y valiente. Cierta- mente que no te vas a asustar de un poco de agua. Este, es el paso ordinrio del río; cualquier caballo puede pasarlo caminan- do o nadando; !cuán fácilmen- te lo hará nuestro alazán! Es el mejor caballo que hasta ahora hemos conocido —Tienes razón, Nonni —me respondió el pequeño, y se esfor zaba por recobrar valor, Me mi- ró de leno con sus grandes ojos clazos y añadió: —Ya no tengo miedo! Me vi- no un poco de vértigo cuando co menzamos a caminar por el a- gua, pero ya ha pasado o felicité dándole la mano, lo miré en sus grandes ojos de ni- ño y le dije: —Yo sabía que tú eres un ni- ,fio valiente! Ahora montemos ¡de nuevo, pero esta vez irás tú | rc, mira cómo corre desespera-|adelante a fin de que vayas con do. mayor seguridad. Si te viene En efecto; era un carnero que|nuevamente el vértigo, cierra estaba durmienlu en el camino|los ojos Esa impresión se produ cuando nos acercábamos a esejce tan sélo cuando se mira al lugar, y no havía notado nues-|:gua que «orre alrededor. tra proximidad,; el alazán saltó sobre él y el pobre animal, es- —Bien, Nonni, subamos nue- vamente —dijo Manni muy de- ipantado, salió corriendo salva-|cidido, y me miraba como quien jemente. | También pasamos cerca de 1 ha logrado vencer una gran di- ficultad rersoral. ¿1 Ahora procuraré yo montar. perlas y rub*.s; brillantes, y air estaba emba.»amado 20% su perfume. Todo era vida por doquiera. Manadas de caballos y ovinos merinos pastaban tranquila- mente en la pradera o se mo- vían de acá pare allá, y dispues tos hábilmente en las mejores praderas se hallaban idílicas cusas de camp», g:andes y pe- ¡suas donde :nahan los cam-| pesinos. Una de estas casas nos era co nocida, la hacienda Vargjá: yo había ido allí una vez, en slita, sobre los hielos del Enjafjordur, desde Akurenri, y los dueños de Vargjá me había recibido muy cordialmente. Hacia el neste, el paisaje era semejante, pero las montañas era más eleva;13 ; 1 » declives más precip:! ¡os que en Vadla- ¡heidi. Hacia el norte y el sur,el pai- saje se evtendía más que en las otras direcciones: desde el sur se dilataba 21 valle del En;af- jardará, hasta el inmenso g.!fo Enjafjardur, situado hacia el norte, unos 60 kilóemtros. Desde allí no podíamos ver nuestra ciudad natal; Akurenri; había varios ceros y precordille- ras que lo ocultaban. ——Ahora debemos observar al- rededores más cercanos —le di- je a Manni— es lo más intere- sante para no3vrcs. —También me parece a mí —- respondió Manni - debe haber muchos anima! 's. Apartamos nuestra mirada las montañas ” la dirigimos ci¿. la hermosa pradera que extendía ante nosotras, de ha se —'Ojalá que lo logres! —Sin duda que sí; ya lo verás dentro de un momento. Sosteniendo siempre la rienda con mi mano izquierda, procuré montar en ancas; el animal es- taba muy inquieto y a toda cas ta quería arrancar. Apenas ha- bía saltado un poco, cuando em pezó su marcha hacia el río. Me fué necesario descender rápida- mente pues de esperar un mo- mento más, habría caído en el agua. Llevé al caballo a mayor dis- tancia del río e intenté montar otra vez. Pero, cuando mis pier- nas estaban aún colgando, el fogoso alazán arrancó al galope ahcia el río, For fortuna, también esta vez logré detenerlo y apartarlo de la corriente. Entonces le dije a Manni: —Manni, te voy a dar la rien da. ¿Crees que lograrás tenerlo quieto? Continuará la semana entrante a ES CIERTO ..... NOSUTROS Reponemos los Botones: que se Pierden... Remendámos rasga- duras y Agujeros. 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